Pret a Porter, chatarra collection.
En Desguace City había una excitación suprema: no todos los días se celebraba un acontecimiento cultural de semejante índole.
Las calles de la ciudad de la chatarra se engalanaban con colgajos de colores fabricados con trapos viejos, algunos grasientos, otros simplemente desgarrados con habilidad y maestría. Las farolas iluminaban por la noche las diferentes haciendas de los magnates de los hierros y los desperdicios metálicos, las de los desguaces de coches, los de material ferroviario, los desguaces náuticos, los depósitos de aviones en desuso, los especialistas en recursos militares, los almacenistas de papel viejo, que adquirían los restos de ediciones de novelas no vendidas, los traperos, los cristaleros que se hacían con ventanas, lunas y cristalerías, colecciones viejas de vasos de dúrales y bajillas de hospital.
La ciudad de los desguaces no paraba nunca. Los camiones de residuos de cualquiera de las disciplinas no dejaban de llegar, como si eternos trenes de óxido y porquería vertiesen su contenido sobre las diversas montañas de chatarra de todo tipo de cosas.
Estaban los que reciclaban cables y los convertían en grandes hornos en lingotes de cobre; Los achatarradores de vehículos, los más frecuentes, los que se dedicaban a la aeronáutica, o a desmontar trenes o barcos iban seleccionando materiales: los vidrios a este montón, los cables a este otro, los hierros a aquel, las maderas buenas al de más allá… Las malas se usaban para alimentar los hornos y eran vendidas a los desguaces especializados. Y estaban los que recuperaban con hornos las materias primas, vidrio, hierro, metales cables, y unos se vendían las remesas a otros y los otros a los unos.
Todos los derechos reservados | Ignacio Junquera