Pi estaba arrebujado en el sofá del abuelo Paco envuelto en una mantita. No tenía mucha fiebre, no para ser recluido en su cama, pero sí las décimas suficientes para no ir al cole y disfrutar de ciertos complementos por enfermedad, como mimos a discreción, el uso ilimitado del butacón del abuelo y la mantita de las siestas de la abuela Mirinda. Papá estaba de viaje por trabajo y había sido informado de la situación, y por tanto debía traer un regalo como penalización por no estar en casa cuidando de Pi. Mamá estaba trabajando, y pese a esta merma en sus activos le quedaban la abuela y el abuelo a tiempo completo, paciencia infinita de abuelos y cariño a raudales.
El abuelo Paco le estuvo contando cuentos. La imaginación en aquella familia no faltaba y se los iba inventando por el camino, pero Pi agradeció mucho su esfuerzo. Aun así, decidió montarse su propia aventura. Le encantaban los cuentos del abuelo, pero quizá era el momento de disfrutar aquella situación absolutamente inusual y privilegiada.
La abuela, con su rebeca color malva, era para Pi una enfermera de la Segunda Guerra Mundial, con su uniforme blanco y su peinado años cuarenta. Me pregunto si Pi la veía en blanco y negro, como en las películas bélicas americanas antiguas. El chico informó a Mirinda, su abuela, del papel que le había tocado en el juego, inspirado por los cuidados al enfermo de la abuela: que si una limonada por aquí, que si el termómetro, que si te bajo este juguete u el otro.
Termofusión, el perro de Pi, ocupaba parte de la carlinga del Boeing B-17 Flying Fortress o, como decía papá, “La fortaleza volante”, avión que Pi conocía bien porque era una de las maquetas de avión que había montado primorosamente papá, y en aquel preciso momento el capitán Pi y el teniente Termofusión, de nombre Carlino, pilotaban su fortaleza volante con la misión de fotografiar enclaves de importancia militar en territorio enemigo. Este detectó el aparato y comenzó una encarnizada defensa aérea, con bastante mala fortuna y puntería. Los proyectiles estallaban cerca del aparato haciéndolo temblar. El capitán Pi hacía los efectos especiales: ¡Boom, Fiiif!
–¡Esta pasó cerca! –dijo el capitán mientras sostenía con fuerza los mandos del aparato.
Todos los derechos reservados | Ignacio Junquera