Pi Tribu.


La tele daba un documental sobre tribus ancestrales del Amazonas, concretamente al norte de Brasil, muy cerca de Manaos, en lo más profundo de la selva. En el claro de la espesura boscosa una construcción circular de cañas, barro y ramas de árboles, una empalizada defensiva, protege a sus moradores, dentro una plazoleta coronada de las chozas de sus habitantes, construidas con barro y cañas, algunas pequeñas, otras más grandes, pero todas con chiquillos corriendo semidesnudos, mujeres tejiendo en primitivos telares de palos y cuerdas, algunas trabajando la piel de animales cazados por hombres tatuados, pintados de colores vivos y agresivos. Hombres afilando puntas de lanza, de flechas, destilando curare, haciendo cerbatanas.

Son imágenes de un explorador británico que hace documentales para National Geographic. Están tomadas con un pequeño dron. En esto, en lo más interesante, empiezan los anuncios. Pi, que está sentado a lo indio en la alfombra del salón frente al televisor, refunfuña. Hay un anuncio de una crema para el sol donde un perrito pequeño muerde el bañador de una niña rubita y le deja el culo al aire. Pi se siente identificado y se ríe. Otro anuncio del último modelo de Citroën, de una empresa de seguros, de una aburrida peli del cine y cinco minutos de galería del coleccionista. “Qué aburrimiento”, piensa Pi.


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