El niño bueno que jugaba a ser niño malo
Papá se acercó a un puesto de chuches y refrescos. El parque rebosaba primavera. Pi dibujaba con un palito el techo de la Capilla Sixtina. El carlino Termofusión levantó la pata y se hizo pis en la obra maestra imaginaria.
Regresó con dos cucuruchos de almendras garrapiñadas, una Fanta de limón y una Coca-cola para él. Pi se cogió de la mano de papá y con la otra mano sujetó su cucurucho de garrapiñadas. Los tres caminaron despacio por uno de los paseos ajardinados del Retiro.
Aquel lugar fascinaba a Pi: podría imaginar cualquier cosa en aquel entorno. Desde luego, se veía vestido de Luis XVI, paseando por sus jardines. El abuelo Paco le había enseñado un libro de arte y conocía el fatídico final del rey, pero esa historia a Pi le daba yuyu, prefería imaginarse al rey de aquellos maravillosos jardines que visitaba con papá los domingos. ¿Y cuál podría ser el manjar que más le gustase a Luis XVI? Sí, evidentemente las almendras garrapiñadas con Fanta de limón.
Mientras paseaban, Pi escuchaba historias que su papá le contaba. Él sabía muchas cosas; a papá le gustaba mucho la historia y además era arqueólogo y trabajaba en el Museo Arqueológico Nacional.
Caminando llegaron a una pequeña plazoleta con una fuente impresionante en el centro. La placita estaba plácidamente sombreada por fresnos y un enorme sauce llorón, jalonada de bancos de bronce con intrincados adornos y tablas de castaño. Papá eligió uno bajo la sombra del llorón y se instalaron allí. Cuando papá se ponía académico, Pi abría la boca con suma adoración y escuchaba embelesado, aprovechando de vez en cuando para comerse una garrapiñada. Termofusión intentaba oler el culo de una paloma sin conseguirlo.
Todos los derechos reservados | Ignacio Junquera