Los bañistas llevaban todo su equipamiento propio de la actividad playera: sombrillas plegadas, sillas de tubo plegables de esas de patas bajitas, la nevera con las croquetas, las ensaladillas, los filetes empanados y las bolsas de hielo, las bolsas de playa con flecos de toalla sobresaliendo, mudas y bañadores de repuesto, cremas protectoras solares, las bolsas de los juegos propios de la playa, generalmente con alguna variedad de pelotita, incluso algunos con redes y sus postes plegables para juegos como voleibol playa, raquetas y en algunos casos ya muy profesionalizados hasta una especie de tiendas ridículas que solo cubren medio cuerpo, sombrajos modernos para proteger del sol los preciados equipamientos, y no solo del sol sino también de posibles visitantes inadecuados, perros a la búsqueda de filetes empanados o gandules amigos de lo ajeno, como si esa tienducha sin puerta tuviese poderes mágicos para impedir el paso solo por el mero hecho de existir.
Y las tumbonas, mucho más aparatosas que las sillas plegables de tubo, o de plástico termoformados. También está la sección plásticos del equipamiento básico de playero veraneante, los vasos de colores, las bajillas, termos para el cafelito, y en menaje avanzado, abrebotellas, posiblemente comprado en la tienda local de chismes “Recuerdo de” como “Yo estuve en Denia”, o “Yo estuve en el cabo Roig”.
Todos los derechos reservados | Ignacio Junquera