El Gran Burruño, Pi y Culoboca.

El Gran Burruño, Pi y Culoboca.



Pi estaba nervioso. Aún no había amanecido, era sábado, tenía todo el día por delante y estrenaría el microscopio que Tía Esme le había regalado. Mamá le explicó para qué servían los cristalitos que venían en el maletín, que se llamaban “portaobjetos”. También venía una botellita de agua destilada y otros cristalitos llamados “cubreobjetos”, algunos frasquitos de cristal para muestras y unas pinzas finas.

 Pi aguantó hasta el alba, después saltó de la cama, salió rápido del cuarto y bajó las escaleras sigiloso como una gacela. Primero fue a la cocina y con sus pinzas arrancó un trocito a la spontex del fregadero y lo introdujo en uno de los frasquitos de cristal. Corrió al jardín, se puso de rodillas en el suelo junto a un parterre de gladiolos y acercó mucho la cara al suelo. Allí había varios bichos más pequeñitos que un grano de arroz. Rebuscó por las grietas de la pared de piedra del jardín, justo debajo de la gata Catarsis, donde también encontró extraños organismos.

 Ya sin mucha inspiración, regresó a casa. En la cocina se encontró con el abuelo Paco haciendo café. Pi le dijo que no se le ocurrían más minimonstruos para ver con el microscopio. El abuelo sonrió y le dijo:

 –¿Tienes unas pinzas?

 Pi le entregó las suyas. El abuelo abrió el botiquín de la cocina y pellizcó un poco de algodón. Después introdujo el algodón sujeto por las pinzas por el sumidero del fregadero de la cocina, lo metió en uno de los frasquitos de muestras y se lo dio a Pi.

 –Querías ver monstruos; pues toma y verás.


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